Desvarías y asumes que
necesitas un alimento exterior.
Aumentas el ritmo de la razón
y entrofias el sentido del cuerpo.
El registro del aire en su tránsito
vislumbra espejos somnolientos
que se disipan con el rumor del viento.
Las manecillas definen tu paciencia
y esa fuerza acumulada te recuerda
que no necesitas esperar a que
alguien te venga a salvar.
Temer por un bienestar propio
es juicio que tu lógica no comprende
y arriesgarse a sanar por voluntad
propia está cada vez más latente.
Tu cuerpo es energía que la razón no emana,
andante son tus venas que dibujan montañas;
el desconcierto es temporal y el silencio incongruente.
Callar no te va a salvar,
temer no te permitirá avanzar;
tolerar es fuerza del ciego
y tus ojos iluminan lo incierto.
Tu movimiento sigue oscilando
y las circunstancias se van modificando.
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